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viernes, 15 de marzo de 2024

La madre inesperada

Recuerdo, con cierto amargo sabor de boca, que cuando era niño y estaba tan inmerso en mi mundo de fantasía, (un mundo que corría paralelo al real), llegaba a casa del colegio y no reconocía a mi madre. Era una situación muy chocante que se repetía con cierta asiduidad. Entraba por la puerta, como si lo hiciese a la gruta de Alí Babá o la de Polifemo, y de repente descubría a una desconocida haciéndome preguntas, lo cual me desconcertaba por completo. Necesitaba unos minutos para situarme y asimilar el encuentro. Eran unos instantes aterradores porque en mi cerebro no hacía sino preguntarme que quién era aquella mujer tan cariñosa, sin acertar a descubrirlo, pese a que reconocía perfectamente mi casa y sabía que a mi lado estaba mi hermano. Por fortuna, el aterrizaje forzoso duraba poco, y el pan con chocolate de la merienda ayudaba en la reconciliación con la realidad. El resto de la tarde volvía a las andadas y ya andaba en otra historia, o varias, hasta la noche, provocadas por los personajes de Un globo, dos globos, tres globos u otros imaginarios. Al día siguiente vendrían nuevas aventuras. Aquellos años eran una avalancha de novedades, estaba tan perdido como ahora, pero ni me daba cuenta ni me importaba.



La Academia apestaba

Cuenta Juan de Salisbury que Platón levantó la Academia en un lugar de Atenas que apestaba, para que sus discípulos no se distrajesen en cosas que no fuesen prestarle la atención debida. Con esta artimaña pensaba apartarlos de la conscupiscencia y otros vicios. Pero este es dato que viene de Jerónimo que era cristiano y enemigo de los paganos. Es seguro que en la Academia se respiraba aire puro, en sus alrededores crecían olivos y plátanos, y estaba más allá de los límites de la ciudad. Jerónimo era contrario a los baños, probablemente imaginó un Platón a su hechura.



lunes, 11 de marzo de 2024

Balaam y la burra parlanchina

A estas alturas de la comedia a Balaam lo acusarían de maltratar animales. Su historia está escrita en la Biblia, ese libro de libros. En concreto en el de los Números. La de Balaam era una burra que recibía los golpes de su cayado. Balaam quería que fuese derecha por el camino y ella no hacía sino salirse del mismo. Como el amo no sabía el motivo de su tozudez, la golpeaba con más fuerza. Llegó un punto, después de recibir por tres veces el mismo castigo, que la burra se revolvió y rompió a hablar.

- ¿Por qué me pegas? ¿Te he pegado yo alguna vez?

Lejos de sorprenderse por oír la voz del asno, (asna en este caso), la amenazó con cambiar el bastón por la espada y matarla allí mismo.

He aquí que asomó un ángel del Señor y le dijo al hombre.

- ¿Por qué no haces caso a la burra? Si sigues por este sendero vas a sufrir un terrible accidente. Por tres veces te ha apartado del peligro y otras tantas has vuelto por donde no debías.

Balaam advirtió el milagro, cayó arrodillado y pidió perdón.

- He pecado. Regresaré a mi casa.

- No -, le dijo el ángel -, sigue tu ruta y completa tu misión.

Siguió Balaam el viaje hasta Moab, subió al ágora y acomodó a su burra en una cátedra.

- Escuchadla - gritó.

Se reunió la gente de la ciudad y la oyeron hablar de las cosas de Dios, y todos quedaron maravillados.

(En la Biblia el final es otro).

domingo, 10 de marzo de 2024

El hombre invisible

He conseguido, después de muchos años de práctica, gozar de la invisibilidad. No fue tarea sencilla, pero con un poco de paciencia, hábitos y trucos, he conseguido que nadie repare en mi presencia. La idea de llevar a la práctica tal habilidad me la sugirió una película sobre las tribus del Amazonas que vi hace una eternidad, donde se mencionaba a la de “los hombres invisibles”. Eran estos individuos expertos en el camuflaje y difíciles de identificar en la selva, hasta tal punto de que muchos dudaban de su existencia. Admirado por su destreza decidí imitarlos y aplicarme para pasar desapercibido en esa otra jungla que es la de la civilización urbana. Observando y estudiando a mis semejantes he averiguado el modo de pasar desapercibido, incluso estando presente en reuniones de pocas personas, donde nadie me atiende, (bien es cierto que la práctica docente da mucha experiencia en estas lides). O cruzándome y caminado al lado de alguien conocido, sin que me perciba. Basta con adoptar una postura inusual al andar o poner una cara extraña. De esta manera he estado pegado como una sombra a quien no me imagina a su lado, sin decir ni mu. Con estas y otras artimañas que no desvelaré por aquí para no ser cazado, me he apartado lentamente de la vida pública y el ruido de fondo, y he disfrutado de la soledad, aunque no tanto como deseara. Estoy convencido de que con unos pocos años más de práctica muchos me olvidarán por completo o dudarán de mi existencia, y me tendrán por personaje imaginario, un duende o demonio. No deja de ser un atractivo futuro.


sábado, 9 de marzo de 2024

La Batalla de Simancas

Extraordinario el trabajo gráfico de Raúl Cáceres para el no menos sugestivo relato de Rafael Jiménez; me refiero a La batalla de Simancas, el álbum de la editorial Cascaborra que ha visto la luz recientemente. Hasta ahora la referencia obligada en la recreación del medioevo peninsular eran los comics del inefable Hernández Palacios. Historietas novedosas y arriesgadas por su estilo, color y narrativa, que vieron la luz a mediados de los 70 del siglo pasado en la celebrada revista Trinca, un aperitivo de lo que fue el boom de los cómics en la década posterior. El Cid, Roncesvalles, y otras se convirtieron en referente obligado para nuevas obras no menos ambiciosas, pero que no gozaron del prestigio de aquellas. Palacios era un complicado rival por batir. Sin embargo, estoy convencido de que esta recreación histórica originada por el genio y magnífico pincel de Raúlo no pasará desapercibida y provocará un importante revulsivo respecto a lo que el cómic aún puede ofrecer a la hora de retratar la historia. Es su estilo barroco y detallista, violento y dinámico, el que se acomoda a inesperadas composiciones de página, originales en cuanto al ritmo narrativo, que no da descanso al ojo del lector y le obliga a gozar del poder de la imagen del conjunto, abigarrada pero efectista. Es imposible no dejarse seducir por un arte tan singular e inesperado en un terreno como es el histórico, de rutinas depuradas y clasicistas. La representación de la etapa del Califato, sus protagonistas y escenarios, es tan sugestiva como podría serlo la invasión de los hunos ejecutada por los artistas del romanticismo, donde prima lo sensacionalista y chocante sobre lo racional y equilibrado. Aunque, hay que reconocerlo, nada de lo que dibuja Raúlo obedece al capricho y la casualidad sino al estudio y análisis detenido del proceso para obtener el mejor resultado.

El único defecto que le encuentro a la edición es el de que el álbum debiera haber tenido unos centímetros más, de alto y ancho. Es un cómic que merece un formato más grande, para poder ser apreciado como le corresponde. Y tampoco estaría de más mejorar la calidad de la impresión en las futuras reediciones, que en ocasiones el blanco y negro se convierte en blanco y gris. Por lo demás, una obra muy recomendable a la que auguro un espacio significativo en la historia del cómic patrio.


Diálogo de la correctora

Hay que andarse con ojo si pones en manos de un corrector, o correctora, tu querido manuscrito, aunque esté escrito a ordenador. No debes fiarte de las promesas de seriedad y profesionalidad de la editorial, que sólo piensa en sacarte el dinero y olvidarse de ti en cuanto termines de pagar. Todo tiene un precio, incluso la fama. Recuerdo la primera valoración editorial, un informe, que me hicieron por una novela, que me costó una pasta, (¿qué imaginabas, que se la leen gratis?). Una señora me envió una carta con algunas correcciones y consideraciones que debía llevar a cabo para hacer viable el proyecto, y que yo leí con atención. Lo primero que descubrí es que uno de mis personajes, que se llamaba Paris, como el héroe homérico, se había convertido en París, la ciudad de la luz. El detalle me resultó chocante. La tilde no sólo aparecía en una sino en todas las palabras en las que se mentaba al personaje, no era un error. En ese momento empecé a recelar del terreno que pisaba. Después, la correctora señalaba otros detalles más que discutibles. Por ejemplo, que las mujeres de la nobleza persa no podían pensar ni expresarse como yo exponía. De entrada, eso es una cosa que nadie puede demostrar, porque no poseemos fuentes que lo permitan y las que tenemos son textos escritos por extranjeros y de clase acomodada en la mayoría de los casos, por tanto, podía tomarme ciertas licencias, cosa que hice hasta cierto punto. Como soy amigo del detalle, para dar verosimilitud al argumento y hacer creíble mi alegato, lo que se dice componer la escena, había recurrido a Eurípides y Séneca, por sus dramas sobre las troyanas, aquellas mujeres que padecieron la ira de los aqueos y de nobles pasaron a convertirse en esclavas. Pocos imaginan que las tragedias griegas se representaban en Persépolis y Susa, pero así era. También, confieso, me detuve en Aristófanes y sus mujeres rebeldes. Deduje, por las señas que me indicaba la correctora, que los aludidos no son autores muy leídos en las editoriales al uso, puesto que no le sonaron los diálogos. Parece ser que los antiguos no eran tan inteligentes como nosotros y no podían sugerir ciertas cosas, según su criterio. Fue con estas y otras perlas similares como fui descubriendo que iba a perder mucho tiempo y dinero en hacer algo al gusto de su ignorancia y sus bolsillos. Decidí entonces ser más cauto y con el tiempo he preferido ir a mi bola. Soy de vicios solitarios, lo he mentado más de una vez. Siempre queda la lotería, pero es que soy ateo de la diosa Fortuna.


viernes, 8 de marzo de 2024

Toriyama inolvidable

Triste noticia la de la muerte de Akira Toriyama, autor de personajes y mundos inclasificables e inolvidables, singulares e irrepetibles, originales, que ya forman parte del imaginario popular y de nuestra historia mas reciente. Conocí su obra a finales de los 80 y desde el primer momento no pude resistirme a su magnetismo. Los hay que que crecieron con el anime, en mi caso fueron sus historietas las que me sedujeron. Dragón Ball representó un cambio significativo en lo que entendíamos por manga, porque estaba salpicado de buen humor y referencias al mundo del video juego y la religiosidad oriental, el retorno a la vida, ese eterno retorno al inicio, o incluso al futuro, de edades o etapas imprevisibles de mundos imaginarios. Conocíamos las andanzas del rey mono gracias a las viñetas de Milo Manara, pero las de Goku nos hicieron inclinarnos por el héroe de Toriyama y anhelar episodio a episodio el hallazgo de las célebres bolas de dragón, que dieron para tantos chistes y tardes inolvidables. ¿Qué decir de Bulma o de Tortuga Duende? o de toda aquella larga serie de enemigos-amigos y villanos invencibles. Admiré la obra, por su grafismo y contenido, y aprendí a disfrutar y respetar el manga, y sufrí la incomprensión de las voces críticas con aquella serie popular entonces, de culto hoy, semejantes a las que padeció aquella otra de Mazinger Z en mi más tierna infancia. Donde hay ignorancia existe intolerancia. Guardaremos el recuerdo de una edad más libertaria, aunque lluevan improperios y censuren lo que consideran incorrecto los popes de la modernidad.


jueves, 7 de marzo de 2024

Cuando Doraemon era hermano

Era uno de esos hermanos de La Salle que hacía relleno o estaba de adorno en el conjunto del claustro o de la comunidad religiosa a la que pertenecía.  Por edad, y porque sus facultades habían menguado, daba pocas clases y siempre a los alumnos más pequeños. Su aspecto era risueño, como el del niño que se entusiasma con cualquier detalle, y no era raro verlo confundirse con el alumnado, pero sin ejercer el papel de corrector que las normas le otorgaban sino más bien como uno de tantos. Pese a todo, le delataba su aspecto de anciano y una bata blanca que vestía a diario, cuyas mangas habían limpiado muchas pizarras. A este hermano le llamaban El Quiosco, porque siempre tenía a mano lo más oportuno o necesario que la ocasión exigiese y, naturalmente, lo sacaba de cualquiera de los bolsillos de la prenda mentada. Podían ser, entre otras cosas, lápices, caramelos, pipas, tijeras, esparadrapo, chinchetas, grapas, envoltorios de magdalenas, insectos e incluso, en cierta ocasión, una lagartija muerta. Hay que aclarar que aquellas alforjas no las llenaba sólo él, sus discípulos más cercanos y juguetones gustaban de rellenarlas, para contar el lance en el recreo. El año que tuve ocasión de conocerlo, o tal vez el siguiente, fue el mismo que acudieron al colegio unos observadores provenientes de Japón, el país del sol naciente, imagino que de la misma orden; los cuales llamaron mucho la atención en el patio porque no se cansaban de sacar fotos a cuanto se les ponía por delante. El director del colegio, El Botijo, que daba física y era un figura en la NASA, decían, los acompañó en su recorrido, repartiendo sonrisas y quedándose con las caras de algunos para repartir galletas después. Los nipones confraternizaron con todo el mundo y estoy convencido de que no quedaron indiferentes al conglomerado de sujetos que pululaban por aquellas aulas, y que no paraban de decir Kasio, Kasio, (por el reloj Casio), a su paso. En ese ir y venir tuvieron que tropezar inevitablemente con El Quiosco en más de un rellano. No quiero ser mal pensado, pero siempre que tengo oportunidad de ver un episodio de Doraemon me acuerdo de El Quiosco y barrunto si alguno de los visitantes no se quedó con la copla y andando el tiempo cuajó al personaje que acompaña a Nobita. Ya sé que alguno de vosotros, entendidos del manga, me vais a contradecir, señalando que el gato cósmico nació en el 69 y que por tanto es imposible mi conjetura. Por supuesto que tenéis razón, pero eso no lo sabe la mayoría de los que leen estas líneas y por tanto me acojo al beneficio de su ignorancia. El caso es que antes de conocer a Doraemon yo conocí al Quiosco y esta tarde me acordaba de él. Ahí queda.


miércoles, 6 de marzo de 2024

El ARCO a la ley

Ya se ha inaugurado ARCO que es esa feria de arte contemporáneo no exenta de humor; la nuestra. Lo que se expone es más o menos lo de siempre, pero es necesario cumplir con el rito y asomar la nariz aunque sea postiza, roja mejor, y quedar bien. Y, lo más importante, es que en ella se hacen grandes negocios, pese al olor a trementina. El rey va vestido, como en el cuento, si tú lo ves desnudo es tu problema, quizás debas aprender corte y confección. Ahí están, por ejemplo, algunos haciéndose un traje a la medida, en el Congreso, hasta que pase la moda. Es una operación más artística que cualquiera de las de la feria; religiosa, una cuestión de fe. Para conmemorar la efeméride yo soltaría un botafumeiro en el momento de la proclama, como el que lanza una paloma, y que oscilase por todo el hemiciclo y lo perfumase. Siempre he sospechado que debe oler a pinreles ahí dentro. Igual es que los políticos piensan con estos. Creo recordar que fue Ramón Gomez de la Serna el que me sugirió la idea. Era un tipo muy ingenioso que, aunque marchó al exilio, no se ganó el respeto de la crítica militante. Pero, volviendo a la feria, mientras a ellos les sudan los quesos, a nosotros las manos. No hacemos planes, contamos las perras y vivimos al día. La cesta de la compra no hay quien la llene, los precios van camino de alcanzar al Voyager, pero, como consuelo, nos va a quedar una convivencia cojonuda, eso sí, en Cataluña. Después, Dios dirá. Por lo pronto lo saca la Legión a hombros en un par de semanas a ritmo de Diana. Esas cosas no se ven por ARCO, pese a lo escandalosas que resultan y el toque lorquiano que indudablemente tienen. ¿Te gusta España?, preguntaba el poeta a su amigo Morla Lynch mientras se chupaban unas procesiones. El caso es que al final el segundo terminó en Alemania.


lunes, 4 de marzo de 2024

Camino entre las letras

No acostumbro a leer recomendaciones. Por mucho que me las publiciten o vendan. - Ésta te va a gustar - me dicen. No suele gustarme. Y su lectura se convierte en un suplicio que evito con prontitud, devolviendo el libro con alguna excusa o simulando que lo he leído sin consultar más que el índice o la contraportada. Soy de la opinión de que la lectura es un vicio solitario y un camino que ha de transitar uno solo, como hace el descubridor de la ciudad perdida en la selva o el náufrago que ve a lo lejos el continente que confunde con otro. Detenerse a escuchar pregones es perder el tiempo, te conducen por sendas equivocadas. Por eso tampoco recomiendo libros, que cada cual encuentre lo que busca, si tiene suerte, pero sin lazarillo. Y si no, que se pierda; perderse tiene su atractivo. Yo llevo perdido toda una vida y no quiero preguntar al que encuentro en la carretera, porque sé de buena tinta que me va a indicar la dirección menos conveniente, que es donde termina todo el mundo. Está vida se hace al andar, dijo el poeta. Y atrás dejas escrito, en cada revuelta, el mensaje de tu desconcierto, con la vaga ilusión de que no lo borrará el viento.